• La bella airosa y vaya que es airosa!

Pues ya estamos acá en la Bella Airosa…
Dos semanas y apenas empiezo a sentirme bien…

Debo decir que mis expectativas eran otras. En el DF me sentía angustiada, agobiada y un poco bastante fastidiada, el asunto de la crisis económica me derrotaba segundo a segundo y así cuando llegó la noticia “nos vamos a Pachuca” sentí que una bocanada de aire fresco me invadía.

Por supuesto que hubo dudas e incertidumbre, pero algo me decía que así tenía que suceder. Sentía que era el comienzo de puras cosas buenas y sin duda alguna íbamos a estar mejor como familia y que yo sería más feliz. Poco a poco comencé a hacer planes para el cambio y no pensar en ello al mismo tiempo.

Las semanas corrían como si nada fuera a cambiar y de pronto un viernes sonó el teléfono, era G “me voy hoy a Pachuca, el lunes sale el diario”. Contrario a lo escandalosa que soy cuando algo me sorprende, en esta ocasión me quedé muda.

Hasta entonces sentí que comenzaba una cuenta regresiva, sin embargo decidí hacer caso omiso y concentrarme en terminar mis trabajos pendientes y poder dedicarme con calma y atención al tema de la mudanza: nada más alejado de realidad.

Fueron días caóticos, punto. Sentía un vacío en el estómago y muchas cosas cruzaban mis pensamientos sin poder concentrarme en una sola, pero yo incólume no mostraba nerviosismo ni angustia. Al contrario. Al parecer desde afuera se me notaba tranquila, segura de mi misma, vamos, hasta fuerte.

Hubo momentos en que sentía que las piernas se me doblaban y simplemente perdí el sueño, un poco porque la cama se hizo muy grande de un día para otro y un poco porque pensaba demasiado en demasiadas cosas.

Así entre textos, cajas y un bebe nos alcanzó la alerta sanitaria. Debo decir que ni la sentí. Yo trabajaba en casa y M todavía no va a la escuela, así que no sentimos la imposición de no salir de la casa. Aunque el silencio de nuestra antigua calle de pronto hasta dolía.

Total que llegó el día de mudarnos y me fui. Me fui sin despedirme de nadie, porque no me iba tan lejos, porque son sólo 45 minutos de carretera, no le dije adiós a nadie, no quería decirle adiós a nadie ni a nada.

Así, salí del DF con toda una caravana de la mejor familia, que es la mía. El camión de la mudanza se fue por otro lado y yo con mi BB, mi súper Mamá, mi prima que sabe más a mi hermana, un gran amigo de ella y sus papás, mis tíos, divididos en tres autos agarramos carretera rumbo a la bella airosa.

Tenía tanta gente que organizar que ahí tampoco tuve tiempo para pensar en la trascendencia del momento y del hecho. El mismo sábado se fueron de vuelta al DF mis tíos y por la noche llegó un gran tipo que hace honor a su nombre: Ángel, el marido de mi madre y un integrante fundamental de esta familia. El domingo se fueron Gaby y Porfirio. Y el lunes a media tarde mi súper Mamá y Ángel también partieron.

A partir de entonces la adrenalina comenzó a bajar y el cansancio se hizo presente, aún entonces no bajaba la guardia ante los sentimientos.

Pero llegó el martes, mi primer martes acá. Sin teléfono, sin Internet, sin televisión. Y entonces los 77 kilómetros que separan al DF de Pachuca se me hicieron infinitos.

Entonces sí por fin solos G, M y Yo. Entré en pánico, miraba a mi BB dormido en la cama en medio de cajas, cables, ropa, zapatos por todos lados y lloraba, lloraba, lloraba y lloraba.

Quise salir corriendo, pero no tenía a donde ir. Quise entrar a Facebook, pero no tenía Internet, quise llamar a alguien, quien fuera, pero no tenía teléfono ni crédito en el celular.

“Por qué pensé que sería tan feliz en un lugar en el que no conozco a nadie” me pregunté. “¡En qué carajo estaba yo pensando!”

Muchas cosas sucedieron los días subsecuentes: dos días después volví a la ciudad de México a entregar mi antigua casa, a explorar la posibilidad de trabajar como corresponsal de radio; estuve en arraigo domiciliario dos días esperando a la compañía de teléfonos y a la de televisión de paga; perdí un trabajo; la nana de mi hijo se fue sin pedir permiso y ocasionó su próximo despido; entre plomero, técnico de Telmex y la siesta de BB, escribí mi última nota de tele y hasta nuevo aviso; volví al DF a celebrar el 10 de mayo con M; regresé a Pachuca con M y nos enfermamos de gripa ¡en plena contingencia de influenza en uno de los estados con más casos!

Yo seguía sin sentirme a gusto o por lo menos en paz. No me hallaba, buscaba cualquier pretexto para tener que ir al DF. Y fui. El siguiente viernes. Era quincena y llovía cántaros. Entonces sucedió: salí corriendo de mi querida ciudad hacia la bella airosa. La carretera estaba inundada, debido a unas obras de ampliación nos detuvieron a medio camino, creo que fue el trayecto más largo de todos los que había hecho de ciudad de México a Pachuca.

Cuando llegué a la tierra de los Tuzos estaba nublado y sólo por una rendija de nubes se dejaba ver un tímido rayo de sol, miré hacia arriba y sonreí por primera vez. Cuando viajaba en el taxi miraba las calles y la gente con gusto. Diez minutos después bajé del auto, abrí el zaguán y escuché, del otro lado de la puerta una voz de felicidad “mamá, mamá!!!”.

Por fin llegué a casa, dos semanas después, pero mi casa. ¡Qué bien se siente estar en casa!

1 comentario:

  1. Hola! Encontre hoy tu blog y llamó mucho mi atención el titulo de este post. Me identifique tanto, yo vivía en Pachuca y ahora vivo en en Estado de México, debido al trabajo de mi Marido. Llevó un año viviendo aquí y aún no me acostumbro al cien. Se que mi vida sería un poco más fácil en Pachuca, porque ahí esta mi familia. Pero al crear una nueva familia, hay muchos caminos más que explorar. Saludos!!

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