• Vientos huracanados

Temprano y con un día nublado más parecido al invierno canadiense que sólo a la temporada de huracanes, salimos G y Yo a buscar cole para el BB.

Por el tiempo y por no conocer esta ciudad sólo pudimos ver una. Digamos que nos gustó, digamos que nos convenció y por si fuera poco nos queda cerca de la casa.

Peroooooo: ¡la entrada sería en agosto!

Mañana buscaremos otra y con suerte sabremos cuáles son nuestras demás opciones, por lo pronto tendremos que tener un poco más de disciplina en casa y hacerla de maestra, guía, educadora, mamá y compañera de juegos mientras encontramos una guardería o de plano nos aguantamos hasta agosto.

En esta ciudad tan pequeña, a una que viene de la gran urbe le sobra tiempo de una manera pasmosa y así para la tarde nos dedicamos a concluir algunos pendientes domésticos.

Mientras cruzábamos, en minutos, esta airosa ciudad, finalmente el sol apareció y las nubes se alejaron hacia los cerros.

Entonces me di cuenta de cuanto me gusta ver los cerros, cerros de verdad, llenos de árboles y bruma. Me di cuenta de los años que han pasado sin ver cerros de verdad. Me di cuenta que el hermoso valle de México ahora sólo está rodeado de cerros de concreto y los verdes montes han desaparecido.

Aunque el sol brillaba el aire calaba el alma, sin embargo algo me calmaba, algo me hacía respirar y suspirar profundo llena de paz, eran ellos, los cerros, como sacados de un paisaje de postal, no se puede ver donde termina uno, porque ya tiene al otro encima y se veían tan cerca, como si con solo estirar la mano los pudiera tocar. Y arriba como una corona blanca las nubes y la bruma.

Me sentí feliz. Sentí una alegría infinita de saber que M, en pleno siglo XXI, conocerá, vivirá y disfrutará los cerros, los montes, el bosque, lo árboles y llenará sus pulmones de aire fresco.

Aunque helado, el viento me susurraba calidamente: "Todo está bien. Todo estará mejor".

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