• A las viejas

De niña nunca ví a mi madre cocinar, vamos ni en defensa propia, es cierto que no es una virtud que la vida le dio, porque afortunadamente le dio muchas otras, como luchar para mejorar este mundo, para enseñarme que mujeres y hombres son iguales, y que la cocina no es ni nuestro destino ni nuestra cruz, así que asumo que el maravilloso don de tener buen sazón viene de las viejas, de mis dos abuelas.

De Zoco recuerdo la sopita de "rayitas" conocida también como sopa de fideo. Recuerdo que podía comer hasta dos o tres platos en una sentada.

De Lolita el arroz y el mole que desde niña probé, hasta hoy no he encontrado uno igual. Y ya ahora cada cumpleaños la idea de comer colita de res en adobo son el mejor regalo que espero con tanta ilusión.

Lo cierto es que además del don de cocinar rico, es que el hecho mismo de estar frente a una estufa con muchas ornillas prendidas me encanta, es un gozo convertir ingredientes aislados en guisados, sopas, ensaladas, salsas y postres que luego provocan el mismo gozo a los comensales.

Ahora mismo pienso que ese gozo me lo transmitió mi padre, ese hombre cuando se mete a la cocina hasta unos huevos estrellados le quedan deliciosos, no pregunten porqué. Recuerdo que la receta de chicharrón en salsa verde él, no sólo me la dio, sino me enseñó a preparala frente a la estufa.

Alguna vez quise estudiar gastranomía, pero los protelarios de mis padres no tenían para pagar esa carrera tan cara, así que me dediqué a otra cosa y en el camino aprendí a los 12 años a hacer arroz, viendo cómo lo hacía una tía y a los 13 años hice mi primer pastel de chocolate con una receta argentina.

Actualmente cocino todos los días, por supuesto no platillos tan sofisticados como aquellos que llenaban las ollas de barro de la viejas. Después de mucha exploración, de muy diversos caminos recorridos, hoy sé, efectivamente como mi mamá me enseñó, que la cocina no es mi destino, pero como mi papá lo ejemplificó es una actividad gozosa sin importar el género.

Hace dos años me enfrenté a un nuevo reto culinario, alimentar a mi hijo y entonces recordé toda mi infancia y sus sabores y mis frutas favoritas y a mis abuelas alimentándome de la mejor manera, creo que gracias a eso hoy puedo resistir la rudeza de la maternidad y de la vida cotidiana, porque más allá de los achaques propios del desgaste soy una mujer sana.

Al principio fue complicado agarrar la rutina y no niego que a veces la creatividad se me acaba y recurro a revistas o el internet, pero también confieso que siento bonito, muy bonito cuando M prueba su pescado al horno, cierra los ojitos y cuando los abre dice "mmm yico pez mamá" y la evidencia de su gusto por la comida es que el plato acaba limpio.

A casi tres años de arrancar esta aventura extrema de la maternidad, me enfrento a otro reto gastronómico, cocinar para los 15 niños que formar el grupo de M en el cole. A yer fue mi primera vez, me llevó cuatro días decidir qué hacer. Luego imaginar las cantidades y luego adivinar las porciones y como reza el dicho, más vale que sobre y no que falte, acabé haciendo como cuatro decenas de croquetitas de pescado, una olla de arroz y dos jarras de agua. Terminé a las doce de la noche con la comida caliente y muy temprano me levanté a picar papaya y mango.

Cocinar también pasa por el reconocimento personal y los resultados en el inmediato plazo, lo sé, pero en esta ocasión y por primera vez no veré los resultados de tan titánico esfuerzo, lo que por supuesto me tiene un poco ansiosa, y para combatir esa ansiedad recurro a la memoria y la imagen de las viejas con sus ollas de barro, burbujeantes y eso me reconforta.


DEspués de 15 años la gastronomía y cocinar para otros, muchos otros, es algo que se antoja delicioso, lo seguiré pensando, mientras tanto provecho y que coman rico hoy y siempre.

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