• El tercero, sin curso pero con toda la información.

El tercer embarazo nos sorprendió, así sin más ni más. La #nenadecasidos en ese entonces acababa de cumplir un año, literal.

Resulta que después de casi dos años de no tener el periodo, un día me bajó y al mes ¡pum! estaba embarazadísima. Unos meses antes Gabriel y yo habíamos platicado sobre la posibilidad de tener una tercer criatura.

Repito, lo habíamos platicado y habíamos llegado al acuerdo de que sería hasta este 2013 que lo llevaríamos a cabo en función de cómo pintara nuestra situación familiar y financiera.

Para no hacerles el cuento largo, aquí aplica el coro de famosa canción que a la letra dice "la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, aaaaaay dios".

Y aunque era la tercera vez que me pasaba, la montaña rusa de emociones y sentimientos comenzó. Al mes de mi primer periodo en casi dos años, no llegó el siguiente, en su lugar apareció ese sangrado obscuro y espeso, cosa que conozco de sobra.

Así qué sin decir pío pedí una prueba de embarazo a la farmacia y me la hice después de acostar a los niños. No podía esperar ni un minuto más.

Confieso que con algo de temor fui a ver el resultado y sí, dos rayitas, ¡DOS! La primer reacción fue brincar y reírme, al instante siguiente me cayó la preocupación encima.

Entré en estado de pánico o mejor dicho tuve un ataque de ansiedad. ¿Por qué? Porque ya tenía dos hijos, la segunda aún era una bebé de un añito nomás, recién acababa de empezar a caminar pero agarrada de alguien, seguíamos con la teta, había que cargarla para casi todo y apenas empezaba a comer sola, apenas!

El mayor acababa de cumplir cinco años y aunque ya era muy independiente aún había que prepárale la leche con chocolate, ayudarlo a vestir, servirle la comida, cambiarle el canal a la tele, ponerle el DVD de la peli preferida, armar rompecabezas con él, bañarlo o medio ayudarle a que se bañara solito.

Y yo, pues, había decidido, después de dos años volver a trabajar como freelance.

Un tercer hijo parecía una locura total. Me preguntaba si no era irresponsable tener una tercer criatura en este mundo tan caótico, tan peligroso cada día más. Si bien no somos pobres, tampoco plantamos el dinero en el jardín y vivimos sólo de un ingreso. Todo eso y más cruzaba por mi cabeza mientras las lágrimas corrían por mis mejillas.

No es que no lo quisiera tener, sólo me preguntaba si teníamos las condiciones para darle una buena vida a ese tercer bebé, si nos iba a alcanzar para darles a los tres lo indispensable, lo básico, lo necesario y algo más.

Esperé a que Gabriel llegara a casa, dos horas más tarde, le di la noticia y se quedó helado, congelado. Después de unos segundos entendió la foto que le mandé pues  aunque lo tenía enfrente, la verdad es que no sabía ni cómo decírselo.

Se puso feliz, sonrió y se levantó para abrazarme. "Voy a ser papá otra vez" repetía mientras me besaba y veía la fotito de la prueba de embarazo. Confieso de nuevo que su felicidad aportó una considerable cantidad de tranquilidad a mi muy enredada cabeza.

Nos dormimos con la emoción encima. Pasaron algunos días y yo tenía la noticia atorada en el garganta, quería gritarlo pero sentía temor. Sentía que me iban a criticar, a juzgar, a descalificar. Desde mis amistades hasta mis familiares.

Me sentía fatal por no poder compartir tan feliz noticia con el mundo entero por miedo. Lloraba mucho y me sentía mal por sentirme mal.

Esa semana fui al doctor y aunque en esa primer visita parecía que sí había un embarazo aún no se registraba ritmo cardíaco. Me sentí fatal al salir del consultorio. Lloré todo el camino a casa. Decidí no decir nada hasta hacerme el ultrasonido dos semanas después por indicación de Hugo.

Cada que veía a una amiga o a mi mamá se me atoraban las palabras y quería llorar, pero me aguanté esas dos semanas. Fuimos al ultrasonido y como en las ocasiones anteriores  escuché "felicidades, está todo bien y tiene un embarazo de ocho semanas". Escuchamos por tercera ocasión el ritmo cardíaco y vimos la bolsita de agua llena de vida.

No había más qué pensar, saliendo hicimos llamadas y se lo contamos al círculo más cercano (nuestras mamás), comenzaba a disfrutarlo aunque sentía miedo aún.

Después de tres meses lo grité a los cuatro vientos, o sea lo puse en las redes sociales jajajaja.

Las reacciones fueron más de alegría y emoción de lo que yo esperaba. Hubo abrazos y hasta lágrimas. También hubo preguntas del tipo "¿lo van a tener? y varias cejas levantadas. Sólo una persona se molestó, me dijo que estaba loca y que cómo era posible, y que si no estaba viendo lo dura y cara que era la vida, para rematar que me estaba acabando con tantos hijos.

Afortunadamente estaba preparada para ello, me enojé muchísimo pero no pasó nada grave.

Pensaba que me hubiera gustado volver a tomar el curso de preparación al parto, pero las chicas de Montaña me quedaban lejísimos, pues me había cambiado de casa. Además la #nenadecasidos aún no iba a la guardería y yo no tenía con quien dejar a los niños dos horas por la noche. Entonces me puse a repasar las hojas informativas que me dieron en el embarazo anterior. En mi cabeza repasaba todo de lo que me acordaba y hacia mis respiraciones.

Recuerdo que un día pensé "es la oportunidad que la vida me está dando para tener un parto natural sin anestesia". Aunque no tomé de nuevo el curso me sentía más tranquila de saber ya qué era un parto. De saber que el dolor no es eterno. Entonces entendí que la vez pasada lo más duro no había sido el dolor, sino el temor a lo desconocido. El temor de no saber cuánto vas aguantar tanto dolor.

Ahora era diferente, me sentía más segura, más capaz. Eso me hizo sentirme fuerte. Saber que iba más preparada me dio mucha tranquilidad y ayudó a que por fin disfrutara el embarazo.

Sin embargo, había una cosa que sí iba a repetir: quería que Mariana y La Güera me acompañarán en el parto. Parte de la claridad que la experiencia me daba era que las necesitaba para transitar ese momento.

El embarazo tuvo sus "momentos", como cualquiera de mis otros embarazos, recomendaciones de reposo, de no cargar, de no subir muchas escaleras y eso.  La verdad es que fue el embarazo que menos disfruté, pues los otros dos pequeños me requerían mucho y yo quería darles todo de mi antes de que les cayera otro bebé encima. Sin embargo, era feliz y me sentía plena con esa panza. Hasta disfrutaba cuando en la calle me veían de la mano con los dos mayores y mi panzota. Las caras de asombro me mataban de la risa.

Nuestro día llegó, el trabajo de parto fue considerablemente menos doloroso, mucho más corto y aunque en algún momento medio me rajé y pedí un poco de medicina, misma que no me pudieron poner porque ya era demasiado tarde, las cosas al final, fueron como quería: un parto natural, sin anestesia y en agua.

Hoy sé que mi hija es un bono extra que la vida me dio, aún no sé por qué o para qué, pero siento que fue algo así como "ahí te va este regalo para que hagas las cosas como tú quieres".

Por supuesto que el éxito de este parto,  una vez más, fue en gran medida a las chicas Montaña y al gran Hugo. Y como siempre la mano de Gabriel fue indispensable para lograrlo, me sostuvo, me levantó y hasta me jaló en el momento preciso. A ellos cuatro mi agradecimiento infinito.

¡Y así llegó mi Victoria!





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