A los 18 años un novio me dijo:
“Vamos a casarnos, quiero tener un hijo”, tuve claro que los hijos no estaban
en mi hoja de ruta y desde entonces repetí durante 10 años que nunca tendría
hijos. Por ahí un par más de despistados, ya más mayorcitos por cierto, me
pidieron ser la mamá de sus hijos. En todos los casos con edades diferentes les
di un NO rotundo. No me interesaba ser madre tan joven, tenía otras prioridades
como viajar y convertirme en la mejor periodista.
Pasaba los domingos en un algún brunch leyendo todos los diarios y
semanarios posibles. Iba al cine sábado y domingo. Aprendí a tomar vino por las
noches sola en mi casa. Tras mucho tiempo de sufrir la soledad aprendí a
disfrutar ser solitaria. Me gustaba estar sola. Incluso escapaba de compromisos
sociales, familiares y hasta laborales para hacer “mis cosas”.
Aprendí a viajar sola, a cuidarme
sola, a mimarme sola, cada 15 días estaba en algún spa. Me hice experta en
calificar masajes. Cortarme el cabello, disfrutar un facial, tener impecables
las manos y los pies ocupaban mis ratos libres. Fue la época en que más leí,
iba museos y no me perdía ni una presentación de libros. Viajaba por placer y
gracias a mi trabajo pude conocer ciudades increíbles y asistir a eventos
culturales internacionales.
Había realizado mi sueño de vivir
sola y tenía un trabajo que disfrutaba por encima de todo y al que dedicaba el
100 por ciento de mi tiempo: el periodismo. Trabajaba como
redactora en un noticiario
radiofónico al mediodía, y por las tardes en un canal de
televisión. En resumen estaba en
los cuernos de la luna, viajaba, conocía gente interesante, salía en radio y
televisión, ¿quién en su sano juicio iba a renunciar a eso? ¡Yo, no!
Ya acercándome a los 30, llegué a
un trabajo en el que planeaba estar el menor tiempo posible, “en lo que sale
algo mejor”, pensé. Y salió algo mejor, ahí me topé, literal, con el primer
hombre que me hizo decir “lo quiero para padre de mis hijos”.
La maternidad nunca me dio miedo.
Tenía como ejemplo a varias mujeres que nunca sacrificaron sus objetivos
personales por ser mamás. Jamás he creído ese eslogan de “El mejor trabajo del
mundo”, ni tampoco que la maternidad sea color de rosa. Crecí rodeada de
mujeres que luchan por un mundo mejor, que pelean por relaciones igualitarias y
que defienden contra viento y marea el derecho de las mujeres a hacer de su
vida un papalote. Estoy convencida de que la maternidad no es el único fin de
las mujeres.
Así me convertí en madre,
habiendo disfrutado bastante la vida o como se dice en llanas palabras, le
había dado vuelo a la hilacha con fe y singular alegría y no me había quedado
con ganas de nada. Ahora tengo dos hermosas criaturas en casa, una tercera en
camino (la tercera ya nació y tiene tres meses). Disfruté tanto mi soltería y
mi profesión que hoy no extraño nada de esa vida. Me dedico 24 horas, siete
días a la semana a cuidar niñ@s, me bajé de los tacones que tanto amaba, dejé
de usar mil pulseras y aretes largos, esos jeans que antes sólo me ponía los
domingos, ahora son mi uniforme diario, las playeras de algodón sustituyeron a
las blusas vaporosas y a veces, sólo a veces, atino a ponerme brillo en los
labios y un poco de color en las mejillas.
En estos seis años que
tengo como madre he confirmado que la maternidad no es color de rosa, no. Es
ruda, muchas veces ingrata, te convierte en blanco de todas las críticas
sociales y familiares, implica sacrificios y esfuerzos casi sobrehumanos, nadie
te da las gracias y todo el mundo se cree con derecho a opinar sobre cómo
ejercerla. Es como volver a ser menor de edad.
Con todo esto claro y procesado,
ser mamá es algo que disfruto plenamente, que me hace feliz, que me pone todos
los días los pies en la tierra, que me hace ser menos egoísta, que me recuerda
que yo fui niña y me hace reír a carcajadas. Ser madre es tener la valiosa
oportunidad de ver de primera mano cómo las personas nos vamos convirtiendo en
eso, en personas. La maternidad cambió en todo mi vida, pero no me cambió ni
como persona ni como mujer.
Como periodista y observadora
profesional del mundo y sus habitantes, ser mamá es la mejor historia que tengo
para contar.
Me quedo con el último párrafo, aunque me ha impresionado este:
ResponderBorrarEn estos seis años que tengo como madre he confirmado que la maternidad no es color de rosa, no. Es ruda, muchas veces ingrata, te convierte en blanco de todas las críticas sociales y familiares, implica sacrificios y esfuerzos casi sobrehumanos, nadie te da las gracias y todo el mundo se cree con derecho a opinar sobre cómo ejercerla. Es como volver a ser menor de edad.
Por cierto, desde el cariño, el rojo de tu plantilla me hace daño a los ojos, muchacha!
Un saludo!
Muchas gracias Mounstra! por leer, por escribir y por el comentario del diseño. pronto será cambiado, estoy trabajando en ello. Mil gracias! Abrazos
ResponderBorrarja ja ja! mira lo que me encuentro! este blog se podría llamar las mentiras que la gente se cuenta.....ja ja ja que cotorro!
ResponderBorrarEs y ha sido un placer y un honor caminar este camino a tu lado, guapa. Te amo con el alma. Qué buena vida que tenemos, ¿no?
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