Un embarazo no es cosa fácil, se los digo yo que he tenido tres.
El primer embarazo fue una verdadera prueba para mi resistencia y aunque fue el que tuvo más riesgos, también fue el que me tomé con más calma de los tres. La calma que da la ignorancia.
A pesar de tener todos los síntomas, jamás se me ocurrió que podría estar en estado de ingravidez. De hecho pospuse durante semanas mi cita con el ginecólogo por exceso de trabajo. Suponía que mis malestares se debían justo al estrés y carga laboral.
Finalmente llegó la calma y decidí retomar mis pendientes. Entonces un par de días antes de la cita con el gine, comencé a sentirme rara y a sugerencia de mi padre me hice una prueba de embarazo de farmacia. Yo juraba que iba a dar negativo, pues acababa de tener mi periodo, raro pero periodo al fin.
La primer sorpresa fue ver las dos rayitas de la prueba, de verdad no lo creía y pensaba que después de un rato se iba a borrar una de las rayitas.
Decidí guardar la emoción hasta no confirmarlo con mi doctor mediante un ultrasonido, pero un día antes de la cita tuve un nuevo sangrado, como si me hubiera cortado la mano, la sangre se veía roja y fresca, muy diferente al sangrado de días anteriores. Y por sí fuera poco tenía cólicos.
Mi experiencia en temas embarazosos era menos mil, pero al menos, sabía que un sangrado eran malas noticias. Después de un par de llamadas estaba de vuelta en mi casa, con una una pastilla, una inyección y unos supositorios.
Estuve en cama un día con la presión por los suelos gracias a los medicamentos que, básicamente, eran para frenar lo que ahora sé eran contracciones y no cólico premenstrual.
La visita con el especialista arrojó que, efectivamente, estaba embarazada y que había tenido una amenaza de aborto, pues se notaba un ligero desprendimiento de la bolsita en donde crecen los bebés.
Me mandaron una semana de reposo y medicinas. Lo primero que pensé fue "la naturaleza es sabia, si no es para mi ese bebé, no pasa nada y no voy hacer dramas" total, no estaba en mis planea ser mamá en ese momento de mi vida.
Después de esa semana regresé a mi normalidad y al mes de nuevo, pum, ¡otro sangrado! Ahí la cosa era más delicada porque el desprendimiento podría ser grave. Y también para entonces ya tenía la ilusión de tener un bebé, así que las emociones me volvían loca de la angustia, la culpa y el miedo. Guardé una semana de cama total.
De hecho la instrucción médica fue "no te pares ni al baño, usa un cómodo". No lo hice así, sobre todo porque no había cómodo ni enfermera que me lo acercara, pero sí guarde cama los siete días de la semana.
Después de esos dos sustos , las cosas sucedieron con cierta calma, debido a los antecedentes no podía hacer ejercicio de ningún tipo.
Hacia el quinto mes el doctor me autorizó hacer algo tranquilo y de bajo impacto como yoga, ayajá! ¿Qué tiene de tranquilo pararse de cabeza? O ¿hacer la postura del árbol para buscar el equilibrio ?
Sentí que eso sería suficiente para prepararme para el parto. Pues no, más alejada de la realidad no podía estar, ni remotamente preparada.
Llegó el día del parto y yo no tenía ni idea de qué era lo que iba a vivir ni tampoco cómo había que reaccionar, hacer, decir o pensar.
Y entonces perdí el control. Mi parto soñado acabó en una cesárea, la yoga y la respiración se me olvidaron por completo. Mis emociones eran un caudal desbocado que iba en picada directa.
Entre el dolor, el miedo y la ignorancia me convertí en espectadora del nacimiento de mi primer hijo, en lugar de ser la protagonista de ese evento tan trascendental de mi vida.
Recuerdo claramente que veía las cosas como en una película en cámara lenta, todo borroso, muy acelerado, con imágenes que van y vienen, estaba como drogada un poco por la anestesia y un poco por tanta adrenalina ante el evento que estaba viviendo.
Afortunadamente mi hijo nació perfecto, no hubo complicaciones médicas y mi recuperación resultó ser asombrosa, rápida y casi sin dolor.
Lo que no estuvo perfecto fue dejar que me robaran mi trabajo de parto gracias a la enorme cantidad de oxitocina de más que me pusieron.
Lo que no estuvo perfecto fue dejar que se llevaran a mi hijo SIETE horas antes de volver a verlo.
Lo que no estuvo perfecto fue dejar que le dieran fórmula láctea en lugar de prenderlo a mi teta.
Claro que yo no sabía que todo eso podía ser diferente, que debía ser de otra manera.
En nueve meses no se me ocurrió tomar un curso psicoprofiláctico. Esa idea cruzó mi cabeza las siguientes horas al parto cuando me di cuenta de que no sabía nada, absolutamente nada, de lo que tenía que hacer y cómo hacerlo ahora que me había convertido en mamá.
Mi segundo embarazo fue una historia completamente diferente.
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