• ¿Dormir? o cómo viví mi último parto.


¿Dormir? ¿Cómo voy a dormir después de esto? Me acabo de aventar un parto y sin anestesia, literal.
El viernes a las 6 am. Me levanté, me lavé los dientes, me mojé la cara, fui a preparar café, regresé, desperté a Gabo y me metí a bañar. Unos días antes en la última revisión, mi doctor ya me había dicho que tenía cuatro centímetros de dilatación, pero yo no sentía ni contracciones ni dolor, salvo unos piquetes muy esporádicos una noche antes, por lo que había quedado de ver al doctor esa mañana en el hospital.

Después de bañarme, fui a despertar a mi hijo mayor, le dí su riguroso chocolate matutino. Comencé a sentir un poco más de presión sobre la vejiga, pero no hice caso. Estaba ya alistándome cuando de pronto me dio un escalofrío, las manos me temblaron y me ardieron. Seguí sin dolores ni molestias.
Salimos de casa. Abajo nos esperaba Cindy, amiga solidaria que llevaría a mi hijo mayor a la escuela. 

Gabo y yo caminamos 10 pasos y nos detuvo el paso de los autos. El siga llegó y, al dar el paso, ¡zaz! sentí algo caliente y pensé: “Me hice pipí”. Seguí caminando sin decir palabra, el dolor seguía sin aparecer. Nos subimos al auto y lo confirmé: había roto membranas. Ya con la fuente rota, fuimos a recoger a mi madre, quién nos acompañó.

Después de 30 minutos y ligeras contracciones bastante llevaderas cada siete minutos, llegamos al hospital.
8:20 am. Entré al hospital caminando y chorreando para no hacer charco. Cuando me vieron con el pantalón mojado hasta las rodillas corrieron por una silla de ruedas. A partir de entonces todo fue un caudal de adrenalina a la máxima potencia.

El elevador se abrió y vi la cara sonriente de Hugo, mi ginecólogo, y de la Güera, una doula maravillosa. Yo también iba sonriendo, me sentía plena, emocionada, confiada en que este parto sería como yo quisiera. Llegamos a la sala de labor, me preguntaron cómo estaban las contracciones les dije que cada cinco minutos. Entre contracciones me quité la ropa y pude ponerme la horrorosa batita hospitalaria.

El ritmo cardíaco de Victoria estaba más que perfecto: 169 latidos por segundo, claramente se sentía su cabecita en mi cóccix, poco a poco estaba girando para colocarse en la posición adecuada. Ya acostada en la camilla, entró Hugo con guante en mano directo a mis entrañas, con la novedad de que ya tenía siete de dilatación. Las contracción se estaban acortando, cada tres minutos y subiendo poco de intensidad.

En ese momento me llené de emoción, ya faltaba muy poco para conocer a mi hija. No tuve mucho tiempo para pensar porque de pronto unas ganas de vomitar me vinieron y pa’ fuera, por más desagradable que suene fue un verdadero alivio vomitar el Gatorade que me había tomado durante el camino al hospital, creo que además del efecto fisiológico, también salieron algunas emociones y logré un poco de recuperación.

Por mi propio pie caminé dos pasillos hasta la sala de Labor, Parto y Recuperación (LPR) y en el camino aparecieron dos contracciones un poco más fuertes, al punto de tener que doblarme para dejar que pasaran y seguir caminando. Entramos a la LPR y la cosa cambió, entonces sí el dolor se apoderó de mi. Confieso que por primera vez tuve miedo. Miedo de no poder resistir el dolor, miedo de quebrarme a mitad del camino.

La presencia de mis dulas, la Güera y Mariana, fueron claves para no perder de vista el objetivo: tener un parto natural. Y para mi fortuna ahí estuvo mi mamá, para sostenerme, literalmente hablando; con su cuerpo cargó mi pelvis adolorida, mientras yo trataba de mantener la respiración indicada en cada contracción. Parada en un ángulo de 90 grados recuerdo comenzar a sentir ganas de pujar y con ellas aparecieron mis primeros gritos.

Inmediatamente después apareció la mano que me sostuvo hasta el final, la de Gabo. Recuerdo claramente sus largos dedos entre mis manos como si fueran de plastilina, amoldándose a mi fuerza.
En un instante de calma, pedí la tina de agua que ya se estaba llenando. Caminé y entré sola. 

Al sentir el agua a 37 grados de temperatura, volví a sentir un poco de alivio en todo mi cuerpo y también recuperé un poco de confianza en mí misma. Ya en el agua recibí las contracciones de mejor manera y con mayor capacidad para respirar como debía. Esta recuperación fue brevísima, porque a la tercera contracción nuevamente comenzó la sensación de pujo. Estar sentada no me ayudaba mucho y necesitaba sentir un poco de alivio para recuperar fuerzas. Sólo atiné a ponerme sobre mis rodillas cuando vino de nuevo el ginecólogo para ver cómo iba; ya estaba en 10 de dilatación. El nacimiento era inminente.

Vino otra contracción pero ahora estaba acompañada de un dolor igual de intenso pero más abajo, en el canal de parto, la vagina. El miedo me invadió y recuerdo que apreté la mano de Gabriel con fuerza como queriendo pasarle mi dolor, y sí, pedí que por favor me pusieran un poco de anestesia porque sentía que no iba a aguantar tanto dolor. Con toda la dulzura del mundo Gabo me dijo al oído: “Ya no es posible la anestesia, pero tú puedes hacerlo, vas muy bien, respira”.

Llegó otra contracción y grité tratando de sacar mi dolor por la boca, la Güera y Mariana me repetían que no gritara, que si gritaba no podía respirar adecuadamente. Otra contracción y sentí claramente como mi cuerpo se abría en dos, pensé que era el dolor más fuerte de mi vida, estaba equivocada. Con una mano apretando la de Gabo y la otra en la agarradera de la tina pegué un alarido, entonces Mariana apareció frente a mí y gritó igual de fuerte: “Cierra la boca. Si gritas la fuerza te sale por la boca. Respira, aguanta el aire adentro y con esa fuerza dentro, puja”. Soy muy disciplinada y así lo hice.

Mariana tenía toda la razón. Hacer lo que ella me dijo cambió todo en un segundo. El dolor de la contracción diminuyó y tuve un ligero alivio. Pude respirar y recuperar un poco de lucidez por medio segundo, cuando llegó la siguiente contracción. Gabo, Hugo, Mariana y la Güera hablaban sobre cambiarme de posición porque ya iba a nacer y el ginecólogo tendría que cachar a la bebé; para entonces yo recargaba el pecho en un costado de la tina con la barbilla puesta sobre el borde y las piernas completamente estiradas hacia atrás, como una lagartija. Yo no tenía la menor intención de moverme y así me quedé.

Sentí venir la contracción, tomé aire, cerré la boca y pujé, entonces si sentí el dolor más fuerte de mi vida, los demás reaccionaron y dijeron: “Ahí viene, ya va a salir la cabeza”. Gabo, siempre a mi lado me sostenía y repetía: “Tú puedes, lo estás haciendo muy bien, eres una campeona”. Mantuve el pujo hasta que se me acabó la fuerza, pero ya no había manera de disminuir el dolor. La nena estaba con media cabeza afuera y yo tenía que seguir empujando.

Apreté la mano de Gabo más fuerte, volví a tomar aire y pujé (quise bajar la cabeza y en realidad acabé metiéndola al agua), el dolor de la contracción desapareció y eso me permitió pujar aún más fuerte, pero entonces sentí como si los tejidos vaginales fuera elásticos, junto con esa sensación sentí ardor ¡mucho!

Sentí el deslizamiento de la cabeza hacia afuera, pero no sentí que el tejido regresara a su lugar. No podía prácticamente moverme ni hacer otra cosa que respirar y con ayuda de las dulas volví a tomar aire y pujé y grité: “¡Arde!” Me contestaron: “Ya está saliendo, puja”.

Entonces tuve la sensación más placentera del mundo: sentí ese diminuto cuerpo saliendo de mí, cada milímetro de ella lo pude sentir pasar por mi piel, y ahí sigue aún como un tatuaje que jamás se borrará. En ese momento todo, absolutamente todo era pasado. 

En un movimiento giré para quedar sentada y ahí la vi, diminuta, blanca, tranquila. Aún unidas por el cordón umbilical la tomé cual trofeo y la puse sobre mi pecho. Ella trataba de abrir los ojos, la pediatra le sacaba las flemas y Gabo cortaba el cordón.

Eran las 9:19 am. ¡Tan sólo una hora de mi vida había corrido y yo había hecho tanto!
Cansancio, cero. Sueño, ¡para nada! Sentía la adrenalina correr a galope tras las endorfinas en mis venas. Relajarme, descansar, eran ideas que ni siquiera pasaban por mi cabeza. Quería verle cada movimiento, recordar ese momento perfecto en mi memoria. Quería bailar y gritarle al mundo que era la mujer más poderosa del mundo, que no había nada en el mundo que no pudiera hacer después de este parto.
Pasaron 14 horas para que yo pudiera cerrar los ojos por primera vez y perderme en un profundo y reconfortante sueño.


Acababa de parir ¿dormir qué?

( Este post se publicó inicialmente http://www.diariosentacones.com/pam/dormir-9/ )

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