• La tercera no es la vencida

Querido Matías:

Ha sido un placer ser tu mamá. Desde que naciste fuiste un bebé fácil de conducir por la vida, prácticamente no llorabas, a veces lo hacías sólo cuando ya tenías mucha hambre, otras hacías ruiditos de queja, pero nada más. Por ignorancia, muy pequeño te mandamos a tu cuna y, de nuevo, te adaptaste como si fuera lo más natural.

Incluso cuando te enfermabas casi no llorabas. A los ocho meses te dio una traqueítis y, a pesar de tener 40 grados de temperatura, sólo te quedaste tranquilo; fuimos corriendo al hospital, te revisaron, te mal diagnosticaron y te regresaron a la casa. Ni una lagrima. Al día siguiente te costaba trabajo respirar. 

Finalmente tu pediatra nos dijo lo que tenías, te mandó la medicina correcta y comenzaste a mejorar; varias noches dormiste en mis brazos, recostado en mi hombro, porque si te acostaba, te costaba trabajo respirar y tosías. Dormimos en la mecedora unos cuatro días, tampoco llorabas ni te quejabas. La medicina te la tomabas sin quejas, sin escupirla, sin soltar una lágrima.

Desde muy pequeño y a causa de los padres que te tocaron, has tenido que mudarte de casa varias veces, en todas te has adaptado y has desarrollado una increíble capacidad para entusiasmarte y encontrarle lo bueno a cada cambio. Con las mudanzas comenzó también tu peregrinar de escuelas.

La primera fue el Montessori Arboledas de Pachuca, ahí estábamos tu papá y yo listos para soltar el llanto cuando te fueras a tu salón; vaya sorpresa nos llevamos cuando sólo nos dijiste adiós, tomaste a tu maestra de la mano y te fuiste caminando con gusto.

Nueve meses después estábamos de vuelta en el DF, volviste a enfermarte terriblemente, te dio un cuadro de broncoespasmo, de nuevo tu respiración se veía comprometida; corrimos al Instituto Nacional de Pediatría a la una de la madrugada, llegamos a Urgencias y nos atendieron en cuanto un pasante vio el estado en el que ibas.

Así estuvimos, de nuevo, juntitos, sentados en una silla de plástico a medio pasillo, tú durmiendo en mi regazo, y yo sosteniendo una mascarilla de oxigeno con medicamento hasta casi las 6 de la mañana, cuando nos dieron una camilla de urgencias. Ni una lágrima, ni un berrinche. Para las 10 de la mañana que ya podías respirar mejor, estabas sonriente y con el ánimo alegre de siempre. En total fueron 20 horas las que estuvimos ahí, recuerdo cada una como si hubiera sido ayer; en ningún momento te pusiste mal ni impaciente, jugabas con las sábanas o con el estetoscopio de los doctores que pasaban a revisarte cada hora. Saliste como nuevo, aunque con un diagnostico de asma por alergias, pero esa es otra historia.

Con nuestro regreso a la ciudad de México, vino el segundo cambio de escuela, otro Montessori que no resultó ser lo que esperábamos. Terminaste ese ciclo escolar y buscamos nuevas opciones, encontramos una pequeña escuela cerca de la casa; todo iba bien, eras feliz, hasta que pasaste al siguiente año, comenzaron las planas y las tareas diarias de una hora. A tu papá y a mí nos parecía que era demasiado para un nene de cuatro años.

Junto con la carga de trabajo escolar, llegó el nacimiento de tu hermana Paula, a quien recibiste con una inmensa alegría y con un infinito amor. Jamás voy a olvidar tus gritos de emoción cuando escuchaste llegar el auto a la casa, saliste corriendo a recibirnos y en el instante en que viste a tu hermana dijiste: “Eres la bebé más hermosa del mundo, bienvenida, hermanita, a nuestra familia”, le diste un beso en la frente y te sentaste a su lado, en todo el día no te separaste de ella. ¡Qué gran corazón!

En esas estábamos cuando nos tuvimos que cambiar de casa, continuar en la antigua escuela era impensable, por la distancia. Encontramos la que creímos era LA escuela para ti. Un tercer colegio. Ese ciclo escolar fuiste muy feliz, aprendiste muchas cosas e ibas con gran entusiasmo cada día. Como parte del sistema, tenías que irte de campamento y lo hiciste como los grandes, con toda la seguridad del mundo, con calma, con tranquilidad y con la certeza de que a tu regreso, tu padre y yo estaríamos esperándote.

Recuerdo tu carita cuando te vi la noche que volviste, habías crecido, eras una niño más seguro, más maduro, con más confianza en ti mismo. Veía el brillo de orgullo en tus ojos por ese logro y tu gran sonrisa de felicidad. Habías sobrevivido dos días y una noche sin papás, fuera de tu casa, de tu cama. 
No podía sentirme más orgullosa de ser la mamá de un niñito tan grande como sus triunfos.

Para el siguiente año no había duda de que seguirías en esa escuela, comenzó el curso sin mayores problemas, estabas feliz de que ya era el último de preescolar y que después serías un niño grande que entraría a primero de primaria. Desafortunadamente, una vez más las cosas se salieron de su sitio. 
Tanto, que para mitad de año comenzamos a buscar nuevas opciones.

Te confieso mi’jito que tu papá y yo tuvimos muchas dudas, debes saber que hemos pasado noches, días y semanas hablando sobre nuestros temores y dudas acerca de moverte de escuela nuevamente. A ratos pensábamos que no era lo indicado que ya eran muchos cambios, pero fueron sucediendo cosas que nos decían que no estabas bien ahí.

Finalmente, luego de muchas evaluaciones, pruebas y visitas, mismas a las que siempre fuiste dispuesto, con entusiasmo y ganas de conocer nuevos horizontes, parece que encontramos un buen lugar para que curses la primaria. Éste será el cuarto cambio de escuela que tendrás y, si las cosas resultan cómo parecen, será el último en muchos años.

Mi niño, no siempre la tercera es la vencida, en este trabajo de ser padres nunca nos podemos dar por vencidos. Dicen que no es fácil ser mamá o papá, contigo ese cliché no aplica, siempre ha sido sencillo para tu papá y para mí criar a un hijo como tú. Cuando apenas tenías tres años yo pensaba “nah, no es tan pesado o difícil tener hijos”. Era porque tú, mi amado Matías, eres un chico genial.

En unos días vas a cumplir seis años, al día siguiente va a comenzar un nuevo gran reto para ti y para toda nuestra familia. Sé que no han sido fáciles los últimos dos años, pero te has adaptado y sobrepuesto a todo: a la pérdida de una casa que te gustaba, a nuevos amigos y compañeros, a despedirte de tu mejor amigo Nahuel, a la llegada de tus dos hermanas, a las que llenas de amor y con quienes eres más tolerante de lo debido. Estoy segura de que esas chicas no pudieron conseguirse mejor hermano mayor que tú.

Desde hace seis años eres el niño de mis ojos, el que me convirtió en mamá, el que hizo que deseara tener más hijos, el que me aterriza a la realidad cuando parezco perderme; eres también mi espejo, un espejo que a veces me gusta y a veces también me duele, no por ti, sino por mis errores y mis faltas.

Así es mi’jito, un día descubrirás que papá y mamá no son perfectos, que se equivocan, que tiene dudas, que sienten miedo, que han hecho cientos de listas de pros y contras para cada decisión que deben tomar sobre tu presente y tu futuro. Algún día te contaré de las noches que nos desvelamos hablando de ti.

Querido Matías, eres una fuente inagotable de amor, de alegría, de energía y de entusiasmo, eres un pilar de esta familia formada por ti, tus hermanas, tu papá y yo. Aún nos falta camino por recorrer, muchos retos que enfrentar, muchas batallas que dar, algunas las ganaremos, otras saldremos empatados y otras más las perderemos. No sé cómo va a ser nuestro futuro pero una promesa sí puedo hacerte: tú papá y yo jamás, jamás, nos daremos por vencidos.


Con todo mi amor, mamá

(Este post se publicó inicialmente en http://www.diariosentacones.com/pam/la-tercera-no-es-la-vencida)

No hay comentarios.:

Publicar un comentario