• Mi momento


Cuando me convertí en mamá entré en una dimensión desconocida, y no solamente por todo lo nuevo y el cambio radical que implica tener una criatura, no. Es una dimensión en donde te tratan como si fueras adolescente, pero te exigen como si tuvieras 80 años de experiencia.

Y cuando digo te tratan, me refiero a la sociedad, así de general. Desde la doñita en el supermercado que te ve “muy joven” para tener hijos y asume que esa presunción le da el derecho de darte cátedra en cuanto a los cuidados de los hijos, hasta los familiares más cercanos que siempre tienen dudas tipo: “¿Hasta cuándo?” “¿Hasta dónde?”, “¿Por qué ahí?”, “¿Qué dice la pediatra?” y así.

Y luego está el resto del mundo, la esposa del carnicero, las amigas, la dependienta de la tintorería, las mamás de los compañeritos de la escuela, las maestras, las que ponen las vacunas en el centro de salud y así, al infinito.

Me queda claro que la familia y las amistades más cercanas tienen un interés de auténtica preocupación por el futuro de la criatura; reconozco, es su derecho y aunque he aprendido (ya con la tercera estoy bien curtida) a no molestarme, ofenderme o engancharme con sus “dudas”, hay algunas preguntas que todavía me incomodan, como las clásicas: “¿Todavía no camina?” “¿Ya habla?” “¿Ya habla bien?” “¿Hasta cuándo la vas a bañar en tina?”

La cosa se puso más intensa cuando nació mi segunda hija. En el momento en que se enteraban que la nena dormía con nosotros, que le daba lactancia exclusiva y a libre demanda y ¡que lo haría indefinidamente! Entonces llegaron los: “¿Cuándo la vas a sacar de tu cama?” “¿Hasta cuándo la pasas a su cuna?” “¿Todavía no duerme sola?” “¿Hasta cuándo le vas a dar teta?” “¿Cuándo va a comenzar la fórmula?” “¿Cuándo?” “¿Cuándo?”

Un día llegué a la conclusión de que no iba a preocuparme más por esos cuándos que tanta ansiedad le causan a la sociedad. Que ¿cuándo mi hijo va a pronunciar bien las palabras? Cuándo encuentre la necesidad de hacerlo; que ¿cuándo la nena de casi dos años va hablar? Cuando vea la utilidad que tiene hacerlo más allá de satisfacer sus necesidades básicas como leche, agua, y comida; que ¿hasta cuándo va a dormir la más pequeña en mi cama? Eso nadie lo puede saber a ciencia cierta.

Mientras el resto del mundo se preocupa por cuándo mis hij@s van hacer lo que se espera de ell@s, o lo que “todos deben hacer a esa edad”, yo los disfruto, porque si alguna enseñanza me ha dado el mayor de mis hijos es que el tiempo pasa volando, qué digo volando ¡se va en un pestañeo!

Así que mientras llega ese día tan dichoso para los demás, yo gozo escuchar a mi chamaquito decir “murciégalo” en lugar de murciélago, me derrito cada que la nena de casi dos me toma de la mano, me guía hasta la cocina, señala la canasta de los huevos, luego va a la estufa y se queda paradita hasta que le doy su huevo revuelto y, finalmente, gozo, disfruto y me deshago de ternura cada que cargo a la bebé entre mis brazos ya sea para arrullarla, para darle la teta o por el simple gusto de hacerlo, aunque me digan que no la cargue tanto porque se va acostumbrar a los brazos.

El mientras de mis hijos es mi momento, porque ya crecerán y los brazos de su madre no serán suficientes, pero gracias a ese mientras, ellos sabrán que esos brazos siempre estarán abiertos para cuando ellos los necesiten.

2 comentarios:

  1. Muy cierto Pam!! la vida se va en un segundo y los hijos crecen, asi que a disfrutarlos todo el tiempo y toda la calma del mundo!! ( Mi hija de casi 9 , aun se pasa a mi cama jaja, y ahi la dejo <3 )

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  2. Así es Jess, coincido totalmente, los míos no se pasan, aún! jajajaja. Gracias por comentar y por leer! Besos

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