• Nuestros hijos necesitan calma



Entre más convivo con mis hijos y más observo su desarrollo, más me convenzo de que la impaciencia de los adultos está ligada a nuestro egoísmo. La inmediatez que nos exige la vida constantemente y la poquísima tolerancia a la frustración nos hace traer a nuestros hijos permanentemente en chinga.

Me explico. Mi hija de casi dos años ha desarrollado una muy buena capacidad motriz, misma que la dado la seguridad necesaria para querer hacer cosas sola, por ejemplo, subir las escaleras del edificio donde vivimos. Son alrededor de 15 escalones que la nena ya no quiere subir en brazos. Algunas veces acepta que se le tome de la mano, otras no quiere ayuda de nadie. Eso implica que yo vaya atrás de ella, uno a uno los 15 escalones y por supuesto me detenga algo así como tres segundos a la vez. Un día una vecina, también mamá de un chiquito, me vio y dijo: “Tienes paciencia de santa, qué bárbara”.

Otro ejemplo, mi hijo de seis años es un periquito parlanchín, de verdad no le para la boca en todo el día, pero cuando tenía un año y sólo decía unas cinco palabras todo el mundo preguntaba: “¿Hasta cuándo va hablar este muchachito?”. Me encantaría que todas esas personas que tenían tanta prisa estuvieran aquí prestándole atención al nene desde que abre el ojo hasta que lo cierra.

Hasta la bebé de tres meses es presa de la impaciencia de otros con comentarios tipo: “Ya falta poco para que cumpla seis meses”.

Primero que nada, no soy una santa ni tengo tanta paciencia como cree mi vecina, pero después de hacer un cálculo, con reloj en mano, me di cuenta de que esperar a que mi hija suba sólita un escalón a la vez me toma un minuto con 17 segundo más que si subiera cargándola a mi ritmo. ¿De verdad 1.17 minutos me van a retrasar mucho en mis actividades diarias? ¿O será que más bien tengo prisa por llegar a casa para hacer mis cosas? ¿Y acaso dentro de “mis cosas” no está pasar tiempo con mis hijos, darles el espacio y las actividades necesarias para su óptimo desarrollo físico y emocional?

Porque no se trata sólo de subir escaleras, no. Se trata de que la nena tenga sus propios logros, con ello su autoestima se ve reforzada; de controlar por completo su cuerpo, lo que en un futuro le permitirá ser y hacer lo que ella quiera sin ayuda de mamá o papá.

Sobre mi periquito debo decir que he tenido que ir a la tienda de la esquina por cinco pesos de paciencia para aguantar el tren que lleva su boca. Resulta que tengo un hijo muy reflexivo y parte de ese don es expresar sus reflexiones, de esa manera obtiene retroalimentación y confirma o desecha ideas, pensamientos y sentimientos

Así como es importante el desarrollo motriz de mi hija, igual importancia tiene la construcción emocional e intelectual del niñito, pues ahí está el andamiaje con el que saldrá a enfrentar la vida cuando sea mayor.

De mi bebé, la verdad es que me choca que me digan: “Cuando ya hable no te la vas acabar” o “Cuando camine vas a enloquecer”, puede ser que sea completamente cierto, pero no pienso dedicarle ni un segundo a ese futuro, porque yo disfruto mucho, muchísimo su cuerpecito en mis brazos, su calor y su olor, y sentir su respiración en mi oído cuando la arrullo.

Con mis dos criaturas mayores me ocupé de muchas cosas, pero hoy me doy cuenta de que no los disfruté al 100 por ciento. Estaba muy pendiente de qué tocaba hacer cada mes de su primer año: comer esto, sentarse solo, gatear, caminar, hablar, agarrar la mamila…puras cosas que se espera de ell@s.

Ahora con mi tercer criatura voy lento, me tomo las cosas con más calma, desde un estornudo hasta el tiempo que pasa en la teta, que casi siempre es más del que necesita estrictamente para alimentarse. La cargo tooodo el tiempo, incluso cuando podría dejarla en la cama.

Y no, no se trata de ser santa, simplemente es que el tiempo pasa volando; a veces quisiera poder cargar a mis dos niñ@s mayores como si fueran bebés, extraño verlos dormir en sus siestas.

Se trata, en mi opinión, de darles el tiempo y la atención que a nosotras mismas nos gusta tener; no me van negar que cuando le hablamos a alguien, como al marido, a las amigas o a nuestras propias madres, y no nos prestan atención nos ponemos como león enjaulado. O cuando estamos en un centro comercial viendo aparadores nos repatea que nos digan: “Ya vámonos” o “Ya viste muchos, ¿quieres más?”

Esa mismita paciencia que exigimos, es la que nuestros críos necesitan de nosotros.


Ser mamá es agotador, estresante, agobiante, angustiante. Las invito a que se tranquilicen un poco, le den su tiempo y espacio a cada actividad, ya verán que resultar sorprendente lo mucho que pueden disfrutarlo y hasta relajarse.

(Este post se publicó inicialmente en http://www.diariosentacones.com/pam/con-calmita/)

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