• Vivir con lo que tengo

“Quisiera ser” es la diaria pelea entre mi angelito y mi diablito. Hubo una época en que dominaba el diablito, pasé años queriendo ser como otras, desde la periodista famosa, hasta la activista de bajo perfil más entrona; desde la más fashion hasta la más hippie; desde la más reventada, esas que son el alma de la fiesta, hasta la más intelectual que se dedica a leer y a cultivarse.

Uf, qué cansada acababa, pero lo peor no era el cansancio sino la frustración permanente con la que vivía. No sé en qué momento me compré la idea de que debía ser como otros para que me quisieran. Porque esa es la motivación, tener lo que tienen y entre sus pertenencias está el reconocimiento, la atención, el aplauso y eso que solemos llamar éxito.

Un día estaba en mi trabajo, una chica que estaba haciendo una especie de servicio social me dijo: “¿Me puedes enseñar a hacer todo lo que haces? Quiero ser cómo tú”. Me quedé perpleja, muda. Cuando pudo volver a hablar le pregunté si se sentía bien, que no entendía qué quería saber y que ser como yo no era la opción.

Por supuesto, me quedé pensando en ese asunto varios días: “¿Cómo como yo?” me preguntaba una y otra vez. “¿Qué tengo yo que pueda querer nadie más?” El fin de semana inmediato a eso se lo comenté a un amigo y su respuesta me dejó peor: “Cualquier chava quisiera estar en tus zapatos”, toooooing.
Evidentemente estaba perdiendo de vista mucha cosas, incluida la perspectiva de mi vida, pero cómo podía ver eso que todos veían y que yo nomás pasaba por alto. Lo primero que hice fue asumir que necesita tomar terapia para encontrar mi autoestima perdida, necesitaba escarbar en lo más profundo de mi ser para saber en dónde había quedado mi amor propio.

Me llevó un tiempo y mucho trabajo interno aprender a vivir con lo tengo, bueno en ese momento con lo que tenía. En efecto, tenía una vida padre e interesante: vivía sola, tenía buenos trabajos, interesantes y lo mejor era que yo me divertía, los disfrutaba; era una chica de 26 años que vivía sola, disfrutaba su soltería, era libre, tomaba sus propias decisiones y no le rendía cuentas a nadie. Ahora me veo en esos años y, la verdad, es que no puedo sentir menos que orgullo por mí misma.

Después de un tiempo en terapia lo logré, de pronto mi angelito apareció con una voz fuerte y aprendí a vivir con lo que tenía, materialmente y sobre todo emocionalmente. Aprendí que yo podía ser una persona interesante, medianamente culta, divertida, con la que cualquiera querría tener una amistad, una relación o simplemente una amena conversación.

También me di cuenta de que tenía muchos valores agregados, era (soy) una mujer muy trabajadora, leal, comprometida con lo que cree, responsable, respetuosa, que aunque quiera muchas cosas, nunca ha hecho nada por joder a los demás o pasar por encima de nadie. Nada mal, creo yo.
Así viví muy bien hasta que me convertí en mamá, entonces de nuevo el diablito ha querido apoderarse de mi, afortunadamente el angelito se ha fortalecido y ya no se deja anular tan fácilmente, por eso justo hay días que son una batalla campal.

Hay días en que no puedo evitar escuchar al diablito: “Deberías de ser como..” Sí, muchas veces me sorprendo pensando: “Me gustaría ser como esa mamá que siempre está impecable, peinada, maquillada, con la ropa apropiada”; entonces me miro al espejo, veo mis interminables ojeras, la piel reseca y pienso: “Bueno, me gustaría ser como esas mamás a las que no les importa su apariencia y van por la vida felices sin importarles lo de afuera”. 

Hay otros días en que quiero ser como las mamás que regresan a trabajar después de tener a su criatura, realmente soy su admiradora; a veces también pienso que me gustaría ser como las que su único motivo de vida son sus hijos y viven sin tantas telarañas en la cabeza; o como las mamás homemade que hacen todo tipo de cosas por sus hijos: disfraces, súper fiestas de cumpleaños, juguetes divertidos, etcétera; o como las mamás naturales, que jamás les dan dulces a sus hijos, que tienen huertos en sus casas o sólo comen comida orgánica y todo reciclan.

Afortunadamente, ahora son sólo momentos de debilidad, o cuando ya estoy más cansada de lo normal y me tiro al piso. Aprendí a salir de esos sentimientos de frustración por no ser todas esas personas que a veces pienso tienen una vida más interesante que la mía.

No es tan difícil, sólo basta enlistar todas las cosas que sí tengo, hasta las más básicas y listo, la perspectiva regresa a su lugar, veamos:

• Tengo comida en el refrigerador todos los días y a veces más de las que me puedo comer (En el mundo hay 870 millones que no comen todos los días).
• Tengo agua potable y caliente para bañarme diario (hay mexicanas que caminan kilómetros para conseguir un par de cubetas. En el mundo entre 15 y 25 millones de personas carecen de agua potable).
• Tengo ayuda doméstica para mantener mi casa medianamente ordenada.
• Tengo hijos sanos, fuertes, en perfectas condiciones.
• Tengo salud y todas mis capacidades en perfecto estado (las mentales a veces me fallan, pero la libro)
• Tengo una mamá híper solidaria que jamás me abandona, por el contrario, me levanta cada cinco minutos, aunque a veces le ponga caras.
• Tengo a un tipazo como compañero de viaje en esta vida y, por si no fuera suficiente, es un excelente papá.
• Tengo acceso a mucha tecnología que me permite dejar el aislamiento que causa la maternidad y la crianza de 24/7.
• Tengo unas manos prodigiosas con las que puedo cocinar, hornear, tejer, escribir.
• Tengo este blog y a las entaconadas.
• Tengo a las #mamastuitera y a las #mamasblogueras.
• Tengo amigas de la vida real.
• Tengo más de dos familias que me quieren, que cuidan de mi, de mis hijos, de mi compañero.

Y sobre todo, me tengo a mi, a mi fuerza física, a mi generoso cuerpo que me sostiene día a día, a mi capacidad de levantarme una y otra vez, a mi gran poder de arrastrarme cuando siento que ya no puedo más, pero me vuelvo a poner de pie.


Hoy, vivo con lo que tengo. Hoy quiero ser sólo Pamela.

(Este post se publicó en http://www.diariosentacones.com/pam/vivir-con-lo-que-tengo/)

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