• Verborrea Maternal



Cómo me repateaba que me dijeran: “¿Sabes cuántos niños en el mundo no tienen nada qué comer?”. Por supuesto esto venía a cuenta cada vez que yo le ponía caras al plato de la comida, por ahí de mis seis añitos.

Aunque soy una comelona profesional, y al parecer así ha sido la mayor parte de mi vida, tuve mi etapa melindres y también en eso fui profesional; por ejemplo, el arroz con zanahorias y chícharos era una pesadilla, pues desde bebé fue el único vegetal que nomás no me comía. Así que empezaba a comer el arroz, cuando descubrían que las verduras me las estaba pasando por el arco del triunfo comenzaba el drama: “Pamela, las verduras”… “Pamela, las zanahorias no son de adorno”, ¡ooossshhh!

Bueno, aceptaba comerme las zanahorias, pero los chícharos ¡imposible! Así que los iba repartiendo hacia las orillas del plato de tal manera que cada que vez que me recordaban “las verduras”, yo sólo me comía una zanahoria y seguía con el arroz. Por supuesto que este tortuoso ritual nos llevaba algo así como media hora o más, llegar al plato fuerte era un triunfo para los adultos y una tortura para mí.

En esa época mi papá me llevaba a cenar diario a un café de chinos que ya no existe, junto a la Sala Chopin, frente al parque España, y el menú era el mismito: plato de papaya e hígado encebollado. ¡Puaj! Y todos los días el consabido: “¿Sabes qué en África los niños se mueren de hambre? “¡Y a mi qué!”, respondía en mi cabeza. Jamás me atreví a susurrarlo. “Ni es mi culpa, ni comiendo yo hígado encebollado los niños de África iban a tener comida”, pensaba mientras miraba a mi papá furioso porque yo hacía como que iba a vomitar cuando me acercaba la comida a la boca. Jajajajaja.

Un día juré que si llegaba a tener hijos (por que tampoco estaba en mis planes hacerlo) NUNCA JAMÁS les diría esa monserga.

Ya lo saben, más rápido cae un hablador que un cojo; hace como un año, mi hijo mayor no quiso comerse un pedazo de mango que le ofrecí: “pero si el mango es lo más delicioso que hay en el mundo”, grité con la sucia intención de convencerlo. El chamaquito ni siquiera lo pensó, al contrario, soltó un: “No, mamá, es asqueroso, está baboso”, ¡pa’ mis pulgas!

Yo: “¿Asqueroso? ¿Asqueroso?”

Él: “Sí, mamá, ¡asqueroso!”

Yo: “¿Sabes cuántos hay en el mundo que no tienen nada de comer? ¿Sabes que hay niños que pasan días sin probar alimento? ¿Sabes lo que darían millones de niños por un bocado de mango?”
¡Zas! Que me voy como gorda en tobogán y sin escalas. Cuando logré detener mi bocota, el niño me miraba y ante mi silencio total después de tal verborrea solo dijo: “No, no sabía que había niños que no tienen para comer, pero mamá ¿por qué sus papás no les dan de comer?” TOOOOOING.

La verdad es que tuve que darme la media vuelta e irme a la cocina para aguantarme la risa. No podía articular palabras sin soltar la carcajada. Mi hijo se quedó con cara de “de qué me perdí”; desde la cocina logré decirle: “Está bien, Mat, no pruebes el mango”. Después de que se me pasó la risa, me quedé dos días reprochando mi reacción.

Me acordé de mis pensamientos cuando de niña me reprochaban la pobreza del mundo por no comerme los chícharos o el hígado encebollado o un plato de papaya. Sobre todo porque mi hijo, a sus seis años, come mejor de lo que yo lo hacía a la misma edad, por mucho. Es un niño que pide para el lunch: sardinas con pepinos, atún con jitomate y sándwich de frijoles; o sea, y esta mamá la hace de tos por un bocado de mango, chale.

Así que mejor no decir nunca jamás, porque en menos de lo que canta un gallo vamos a estar tragándonos nuestras palabras, como también que dije que nunca tendría hijos y miren, tengo tres criaturas.


No sé ustedes pero yo mejor ya nunca no digo nunca jamás, ¡no vaya ser!

(Este post se publicó inicialmente en http://www.diariosentacones.com/pam/verborrea-maternal)

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